Seccion del editor

Amores con un karateca

Gerardo Valdivieso Parada

Cometí el error de darle el teléfono de mi departamento. A todos con los que tuve encuentros ocasionales en el cine Teresa o en el Clandestine, lugares en donde solía ligar casi diariamente, jamás les pedí ni les proporcioné alguna dirección o teléfono para localizarme. A la mayoría nunca más los volví a encontrar, si con alguno tropecé de nuevo en el mismo lugar hacía como si nunca los hubiéramos visto. A Manuel no sé por qué le di la tarjeta con el número, pensé que nunca más hablaría. Marcó una semana después cuando Otto y yo comíamos con una visita. Otto contestó la llamada, y como al departamento sólo hablaba mi madre o mis compañeros de la universidad, su rostro no pudo ocultar cierta extrañeza cuando dijo “te habla Manuel”. Contesté con monosílabos y todas fueron “sí” y “también” a las preguntas: “¿te acuerdas todavía de mí?, ¿estás ocupado?, ¿nos vemos hoy?, ¿en el mismo lugar que aquella vez?, quise dejar pasar un tiempo pero la verdad ardía de ganas de verte ¿y tú?, quiero repetir lo de la vez pasada lo disfruté mucho ¿y tú?”.
Los preámbulos para llegar a un encuentro sexual me han excitado más que el sexo mismo por lo que no pude evitar tener una erección. Por primera vez lamenté que la visita no se quedará a dormir, luego de una larga charla se fue dejándonos solos. Apenas cerró la puerta supe que vendría la pregunta tarde o temprano. Corrí a refugiarme a la cocina a lavar los platos, me fumé un cigarro en el lavadero. Después de hacer unas cuentas de los gastos de la casa y de platicar de nimiedades, surgió la pregunta “¿quién es Manuel?”. Otto sabía de mis andanzas nocturnas, nunca me las recriminó, pero una cosa es tener affaires con desconocidos por una noche, y otra es que te hablen al hogar sacrosanto para invitarte a coger. Inventé una historia: Manuel era el encargado de un museo comunitario en Xochimilco, y como el museo comunitario era nuestro objeto estudio en el tronco común en UAM, pues le di mi teléfono para que me avisara de alguna nueva instalación o exposición en el lugar.
En verdad Manuel estudiaba arquitectura y para mantenerse se encargaba de diseñar y arreglar los exhibidores de las tiendas de telas en el Centro Histórico, vivía en Neza con su madre viuda que le controlaba la vida. Cuando lo vi en los pasillos del cine Teresa me atrajo su aire de “muxher” como dijeran los entendidos y su fino bigotillo recortado. No me llamaron a seguirlo sus ojos si no una excitante mueca en una boca de labios delgados coronados por esa delgada línea obscura que se me hizo excitantemente obscena. Me encantó esa dualidad que convivía en él, lo femenino y lo masculino, no le creí cuando me dijo que recién había salido de sus prácticas de karate, un deporte que practicaba desde niño, era muy bueno, era cinta negra y había ganados varios torneos. Como para probar su dicho me mostró un pequeño maletín de cuero como los que usan los que juegan boliche que contenía su uniforme y su cinta negra. Al verlo caminar por la calle del centro histórico con su maletín, con su bigotillo recortado y su boina negra de piel en la cabeza, nunca se imaginaría que se dirigía a una tienda de telas que para realizar un oficio tan de jotos.
Quedamos de vernos afuera del Teresa, caminamos hacia el centro para contemplar uno de sus arreglos en el aparador de una tienda de telas que estaba sobre Eje Central. Insistió en que conociera un bar de ambiente en la colonia Doctores. El local estaba dividido por una cortina de madera, que separaba el bar y una discoteca. Nos quedamos en el bar casi vacío. Llevó la conversación en el campo del amor sincero, estaba harto de encuentros efímeros, quería formalizar una relación, siempre buscaba el amor, y no le daba tanta importancia al sexo me juró. Toreé la situación como pude. Le dije que había pasado muchos años de mi vida sin aceptar mi sexualidad, había perdido muchos años de mi vida desaprovechando situaciones ideales para un buen ligue y un excelente sexo. Quería recuperar el tiempo perdido y no estaba en mis planes tener una relación con una sola persona. Cuando faltaba media hora para que el metro cerrara, insistió en quedarse conmigo, quería conocer el lugar donde vivía. Cuando no encontré la excusa para alejarlo del departamento, pasó por mi cabeza contarle la verdad. Mientras tanto pasaba el tiempo. Cuando pensé en levantarlo y arrastrarlo al metro, su pie en mi entrepierna me convenció: le propuse ir a Garibaldi, el hotel Universo era muy barato.

II
Mientras el taxista nos llevaba al hotel le pregunté si El Blanquita tenía temporada “no joven” me dijo con su tonito chilango. “¿Me quieres llevar al Blanquita a esta hora?” me dijo Manuel apretujándoseme mientras el taxista nos echó una mirada por el retrovisor. “No se preocupe joven El universo está vacío todos los músicos y las bailarinas ya no están, el hotel se satura cuando hay temporada” dijo el ruletero contestándole así a Manuel la pregunta que me había hecho. He tenido suerte con los taxistas, jamás sufrí un asalto a bordo de alguno, y generalmente me tocaban muy platicadores y entendidos, bastaba una insinuación para que captaran lo que uno quería o necesitaba. Acostumbrados a todo, los taxistas que me tocaron nunca “se sacaban de onda” cuando algún acompañante se pasaba de efusivo.
Bajamos del taxi, había llovido y la ciudad después del baño olía bien y se envolvía en una toalla fresca. Entramos rápidamente al viejo hotel, me dolió desembolsar la suma, aunque no era mucha, habituado a ahorrarme en hoteles lo que podía hacer gratis en cuartos oscuros, en baños de bares clandestinos (había uno muy bueno al lado de la Alameda), cabinas de sex shops, saunas, fiestas privadas (cuando apenas empezaba a saberse, el boom inició después de la quemazón de Lobohombo), en butacas de cines viejos , el último vagón en la última corrida del metro de la línea rosa.
Apenas cerré la puerta Manuel se me montó encima como si fuera a aplicarme una llave de judo, era liviano y  de mi altura, su cuerpo se podía asir muy bien tenía los músculos firmes. Al principio me gustó el frotar de su bigotillo, aunque después me besó con demasiada efusión casi me arranca los labios con sus dientes, creo que los alcoholes le habían quitado el sentido del tacto y la delicadeza del beso, además no tenía labios gruesos, a mí en particular me gustan los labios gruesos me vuelven loco los negros bembones.
El joven karateca no dejaba de hablar, de decir las frases hechas a la hora de estar en la cama, las conocías todas creo. Lo más odioso de alguien que habla mucho es cuando te quiere sacar promesas y juramentos de amor y fidelidad eterna, uno se siente mal de mentirles a cada rato. Pero el preámbulo me excitó mucho, Manuel era bastante juguetón y ocurrente, sentado en la cama lo vi realizar una exhibición de katas mientras se desvestía, según él, muy sensual, reconozco que la kata del oso se me hizo muy sexi. Tenía unas piernas hermosas y largas, me acuerdo de él cuando veo a bailarines de danza clásica alzar estéticamente la pierna.
Ya en la cama. “Chin, dejé los condones en mi otra chaqueta” dije cuando ya íbamos a pasar al cénit del asunto. Mi pareja de cama dijo que tampoco tenía. Increíble. “Ah no, yo no lo hago sin condón” me dijo haciendo un puchero de niño mimado. “No mames” le dije, “ni modos que no finalicemos bien”. Insistí, siguió negándose hasta que tuve que echarle una perorata sobre las medidas que se toman cuando se hace sin condón. Acordamos entonces hacerlo despacio, muuuy lento, y lubricar lo más posible. Claro que a los dos minutos no respetamos lo acordado, es de las cosas estúpidas que hace uno al calor de la pasión y el alcohol. Cómo se habrá divertido con la situación porque en la madrugada sacó sus condones de su bolsa de prácticas riéndose. El mañanero estuvo mejor.

Publicaciones relacionadas

Your reaction

NICE
SAD
FUNNY
OMG
WTF
WOW
Botón volver arriba