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Una pequeña historia sobre la creación

Cuento para niños

Gerardo Valdivieso Parada

 

Era entonces que no había nada en el universo; sólo Dios, que recorría interminablemente sus dominios. Dios, para no sentirse solo, tuvo un hijo (sólo Dios sabe como lo creó); era un niño travieso que se aburría de acompañar a su padre a crear planetas, asistir a la formación de nuevas galaxias y estar presente en la colocación de alguna estrella. Tales maravillas no animaban al niño que ansiaba un compañero de juegos.

Un día, estando en un planeta cualquiera, Dios encontró que aquél lugar estaba desolado y por no tener nada que hacer, empezó a llenarlo de árboles y animales. Emocionado estaba Dios de que las cosas le salieran tan bien, que se encariñó con aquél lugar y varios días y sus noches le dedicó a crear y perfeccionar sus creaciones.

El pequeño hijo sólo miraba a su Padre entretenido en su oficio de creador, desde que pisó aquel planeta se le había empezado a zafar un pequeño diente. Cuando uno de sus dientes se le caía, lo mostraba a su padre y éste lo convertía en alguna estrella que solían colocar en algún lugar del espacio infinito. “Este diente”, se dijo el niño,  “no tendrá el mismo destino que los demás, lo ocultaré en la tierra para que mi padre no lo convierta en una estrella solitaria”.

Al séptimo día de estar en el lugar, Dios descansaba de su larga tarea, se sentía orgulloso de sí mismo, nunca antes se había puesto a crear con tanto empeño; lo que había hecho en aquél lugar era maravilloso. Todo era armonía y equilibrio, nada estaba de más y tampoco le faltaba nada. Satisfecho, Dios llamó a su hijo y se fueron a recorrer el universo, “ya regresaré algún día”, se dijo, “tal vez cuando me dé unas vacaciones”.

Aquel diente que quedó sepultado en la tierra, al poco tiempo cobró vida, y se convirtió en un enorme árbol de grandes raíces. De sus grandes ramas surgieron frutos y cuando secaron, dejaron al descubierto sus semillas envueltas en diminutas nubes de algodón, que el viento transportó a todos los rincones del planeta. Se multiplicó aquel árbol.

El árbol original que había nacido de aquél diente, ya no creció más. En sus entrañas, en su centro, muy cerca de sus raíces, alimentándose de la savia de la tierra, un pequeño ser se materializó.

Tiempo después, cuando aquel ser se había desarrollado completamente, por debajo la raíz del majestuoso árbol, removiendo la tierra húmeda con sus manos emergió el primer hombre.

 

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