Cultura

Un juchiteco en Tenería: crónica de un normalista

La historia comenzó en 1975, en el edificio marcado con el número 17 de la calle de José de Emparán, cerca de Puente de Alvarado, en las inmediaciones del metro  Revolución, en el Distrito Federal.

Curiosamente, no muy lejos del número 17 de Emparán, está el 49, donde en el año de 1955 se conocieron Fidel Castro y Ernesto de la Serna Guevara, “El Ché”. Llegar a Emparán y escuchar las historias de ese encuentro, mientras se bebía una taza de café caliente, simplemente fascinaba.

Una veraniega tarde del 75, en busca de una dispensa de zona para inscribirse a la Escuela Normal Rural “Lázaro Cárdenas del Río”, en Tenería, perteneciente a Tenancingo, en el estado de México, una voz quiso infundir el desánimo en la esquina de Emparán con Puente de Alvarado.

― Deberías regresar a Oaxaca. Aquí no vas a encontrar ayuda. A ti te corresponde estudiar en la Normal Rural de Mactumatzá (Chiapas), ―dijo con severidad y como si apretara los dientes para hablar el personaje de pequeña estatura envuelto en un desgastado traje sastre color gris.

Desde esa tarde comenzó la batalla por el acceso a la educación media superior. Se logró la dispensa casi de última hora y con ella el viaje relámpago del DF a Tenancingo, Vía La Marquesa, para la obtención de la antepenúltima ficha de 500 entregadas.

¡TENERÍA A LA VISTA!

Con la ficha en la mano, llegó la cita para el examen de admisión realizado en la Escuela Normal de Toluca. Cientos de indígenas envueltos en cobertores y abrigos para ahuyentar el frío del amanecer, como fantasmas, bajo tenues luces de linternas de petróleo, esperaban el nuevo día.

Fríos salones recibieron a los aspirantes que temblorosos por los nervios y el desvelo, buscaban la calidez de los primeros rayos de un tímido sol. El aroma del café y el olor de los tamales de totomoxtle invadían el ambiente que lejos de acalorarse, se volvía más friolento.

Los  sinodales llegaron, dieron las instrucciones: las respuestas se escribirán con lápices 2B (blandos y muy negros). Tienen una hora, por cada asignatura (español, matemáticas, sociales, psicología y psicométricos), tendrán 20 minutos. (¡Listo!) Los resultados se darán en la tarde.

Frente a las paredes del área administrativa de la Normal de Toluca se aglomeraron los aspirantes y sus padres. Todos cargaban mochilas y cobertores en la espalda. Casi nadie había comido. La mayoría no comió porque solo guardaba dinero para el pasaje de regreso a casa.

Por fin, cuando la gran mayoría de aspirantes mostraba el gesto entristecido luego de conocer los resultados del examen de admisión, para unos 30 nació la esperanza. Entre ellos él, que apareció en el lugar 16 para enfilar a Tenería, al internado. A la Normal Rural “Lázaro Cárdenas”.

DURO  INICIO

Al traspasar la entrada principal, una gran calzada flanqueada de gigantescos eucaliptos invita a respirar hondo, profundo. La altitud es como de dos mil 500 metros sobre el nivel del mar. La atmósfera es fría, pero con la bienvenida de los desconocidos surge el calor humano.

Hacia el ala izquierda de la entrada están las viviendas de los maestros. A la derecha está la alberca y a un lado el enorme comedor. Enfrente la cancha de futbol y a su costado norte, los dormitorios escolares con sus literas, los armarios metálicos de 1.80 metros de alto y los baños.

Las aulas y el auditorio, rodeados de grandes corredores de la ex hacienda donde se curtían pieles, de ahí el nombre agregado de Tenería al poblado de San José, en el centro, frente a la plaza cívica donde cada lunes el director recordaba el ideal cardenista y la educación socialista.

La Normal tiene muchos atractivos. Por las mañanas de invierno, el cristal helado que cubre el pasto y que se rompe con el peso de las botas escolares. Los árboles de tejocotes, capulines y duraznos que bordean el perímetro. Pero nada como disfrutar el Nevado de Toluca a la distancia.

El único punto desde donde no se aprecia el volcán conocido como Xinantécatl es La Galera, que está al fondo norte de la entrada. Es el espacio hacinado por los normalistas de reciente ingreso. Un sitio ideal para pescar la sarna o enfermarse de cualquier padecimiento contagioso.

Por las noches, en La Galera los nuevos normalistas enfrentan su destino conocido como La Novatada. Huyen en la oscuridad de la fría noche. Pero al día siguiente, frente al comedor pagan la novatada cuando son rapados de la cabeza. Es tradición. No hay quejas. Es la ley.

La única zona que falta por conocer es la del trabajo extracurricular. El trabajo voluntario para que cada normalista ayude en la búsqueda del dinero tan necesario  para que no falten los huevos, el bolillo, los frijoles bayos y el atole de avena en la dieta básica del internado.

Ahí van los “novatos” con una boina de lana cubriéndose la cabeza rapada. Está el corral para la crianza de lechones. Los cerditos se ven curiosos. Los conejos californianos de color chocolate están en sus jaulas, dispuestos para ser adoptados en la crianza. No paran de comer.

Hay “novatos” que prefieren criar asnos. Otros más arriesgados se vuelven apicultores. No faltan los que quieren sembrar habas. Todos vienen del campo. Nadie le teme al trabajo. Es parte de la formación multifacética e integral del normalista rural. El aula y el campo.

EDUCAR PARA TRANSFORMAR

La generación normalista de 1975 estrena el Plan de Estudios que regirá la vida de las normales rurales y urbanas. Atrás quedaban las 101 materias de dulce, chile y manteca cursadas en ocho semestres del Plan de Estudios de 1972.

Cada normalista, con su Pre mensual (una ayuda económica), sus dotaciones anuales de un par de camisas, pantalones, botas, playeras, calzones, sábanas y cobertores para el frío, iniciaba la jornada escolar a las seis de la mañana. Por la tarde al trabajo voluntario y al deporte.

Por las noches, llegaban las reuniones por afinidad, por niveles educativos o por paisanaje. Se discutía la pertinencia del nuevo Plan de Estudios que enseñaba entonces las materias de Matemáticas y Español con su didáctica. La crítica era por la ausencia de la Pedagogía.

En ese contexto, paralelamente  se formaban círculos de estudios políticos y así, pasados los dos primeros meses de estancia en la normal, los “novatos” dejaban de ser “novatos”. En los salones, dormitorios, en la sede del comité estudiantil y al aire libre se discutía y leía de todo.

Pronto, los de nuevo ingreso sabrían que la normal de Tenería, como el resto de las normales rurales del país, algo así como 17 en total, era, además de un centro académico para la formación de docentes, un espacio plural de expresiones políticas e ideológicas.

A mediados de la década de los 70, las normales rurales viven el hervor político. A los comunistas les dicen reformistas. Hay radicales que quieren hacer la Revolución pintarrajeando bardas en la clandestinidad de la noche. No faltan los románticos que sueñan con el socialismo.

Leer, leer, leer es la consigna. Las noches sirven para devorar libros. Se estudian las materias, se practica la didáctica, se exploran los conceptos pedagógicos y en los círculos de estudios se discute el pensamiento marxista/leninista. No falta el Libro Rojo de Mao. Sobran libros de filosofía.

En los congresos estudiantiles hay posiciones ideológicas de todo tipo. Reminiscencias del Frente Revolucionario Armado Popular (FRAP), de Los Lacandones, del Movimiento Armado Revolucionario (MAR), del Partido de Los Pobres y obviamente los comunistas están presentes.

Educar para transformar es el objetivo y en esa ruta de pronto los ex novatos van solidariamente a preparar o respaldar las huelgas en Amilcingo, Morelos, Cañada Honda, Aguascalientes, Teteles, Puebla, Panotla, Tlaxcala, Hecelchakán, Campeche.

Los normalistas están agrupados en la legendaria Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM). En las normales se organizan ferias de libros, montan obras de teatro aprendidas de los Cletos y llevan música del cuarteto mexicano Víctor Jara.

En el fragor de esa vida de pronto llega el Plan de Estudios modificado de 1975 y los alumnos del primero y segundo año se alistan para enfrentar las prácticas docentes y empiezan a cursar teorías económicas, algo de psicología y técnicas de investigación social.

Un nuevo cambio en los planes de estudios, aunque la carrera profesional en la educación normal rural no deja de tener como límites el bachillerato. Si el presupuesto para mantener las normales rurales es escaso, menos habrá dinero para incorporarlas al nivel de licenciatura.

Viene entonces la práctica docente. Comienzan los viajes a las comunidades cercanas a la escuela normal como San José Ixpuichiapan, Calimaya, Jajalpa, Lerma, Malinalco, Metepec y Tianguistenco. Lugares altos y fríos, donde se añora el nivel del mar y el calor.

Terminan las prácticas. El regreso a clases a la normal es nostálgico. Atrás quedan recuerdos de los niños, de sus generosos padres que brindan a los maestros practicantes el calor de la modesta vivienda, y de sus metódicos pero tolerantes profesores formados como apóstoles educativos.

EL PRIMER INVIERNO

El primer invierno llega con sus vacaciones escolares, pero también con las nevadas que queman las pequeñas plantas de ornato si no se protegen. Algunos van a sus lugares de origen, otros se quedan en la capital toluqueña para emplearse como vendedores de ropa.

Y al término, de nueva cuenta el regreso a clases y a dobletear el postre de fresas con crema o guayabas en almíbar en el comedor del internado, a tronar con las gruesas suelas de las botas la escarcha de hielo que cubre el pasto y a estudiar, estudiar y estudiar.

Los novatos ya no son novatos. Ya asistieron a las largas discusiones ideológicas en los congresos de la FECSM, ya marcharon en el DF con los electricistas de la Tendencia Democrática de Rafael Galván, donde el grito/insulto que se coreaba decía: ¡el quee no brinquee es chaarro!

En el DF los ex novatos, con el pelo largo y sin necesidad boinas, ya habían conocido al maestro Othón Salazar, fundador del Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM). Con las enseñanzas del maestro Othón, no había desperdicio, para empezar con su sencillez.

En una de esas tardes, venía el encuentro con el dirigente campesino Ramón Danzós Palomino, fundador de la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC), en otras la charla era con el ex dirigente de las Juventudes Comunista, Pablo Gómez.

Desde Tenancingo, atravesando las montañas de La Marquesa, llegar al DF era esencial la visita al número 338 de Durango en la Roma, donde estaba la librería del Fondo de Cultura Popular, al lado de la antigua sede del Partido Comunista Mexicano. A hundirse entre libros era el reto.

Con cajas de libros en el hombro y en la mochila pegada a la espalda, el regreso a Tenería abría nuevas expectativas entre la visita a la peluquería o la enfermería o preguntar por la correspondencia.

La hilera de los frondosos eucaliptos da la bienvenida de nueva cuenta. Es enero un mes muy frío. A lo lejos el Nevado brilla con toda su blancura. Los niños de Calimaya en las faldas del Xinantécatl han de tener las mejillas rojas como manzanas y agrietadas como tierra sedienta.

Al menos en el internado, hay sábanas, cobijas y cobertores, pero en las noches heladas y lluviosas los recuerdos viajan al pueblo de la práctica docente donde el frío taladra hasta los huesos. El desvelo y la preocupación ajena también es parte de la formación docente.

Con todo y frío, hay que lavar la ropa entre la una y dos de la tarde. Los lavaderos y estanques de cemento tienen visita todos los días a esas horas. Después un baño de agua tibia bajo las regaderas, luego al comedor y por la tarde a la biblioteca y en las noches al círculo de estudio.

En ese impetuoso ritmo, hay tiempo para preparar el baile de aniversario de la Normal, que se conmemora entre la tercera y cuarta semana de noviembre. Es el fiel pretexto para invitar a las normalistas de Teteles, Amilcingo, Tamazulapan, Cañada Honda, Panotla y Saucillo.

Ahí, en esa vasta extensión que cubre aulas, tierras de cultivo, áreas para la cría de conejos,  y cerdos, entre los dormitorios y las noches iluminadas por estrellas y la luna, todos los días la vida es sinónimo de disciplina y sacrificio para decir con orgullo algún día: ¡“soy maestro rural!”.

 

 

 

 

 

 

 

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