Cultura

“Escribir por escribir” el legado de recuerdos de Germán López San Martín

Gerardo Valdivieso Parada

Cuando mi padre falleció recibí las condolencias de Germán López San Martín, “era muy amigo mío” me dijo, le contesté que mi papá igual lo tenía muy presente. El maestro Germán dominaba una técnica de impresión que mi papá nunca dominó: el offset. Ambos eran celosos de su oficio, cada impresión aunque fueran miles tenían que quedar perfectas. Mi padre me contó una vez que llevó un amigo suyo que tenía una imprenta en Matías Romero, para que el maestro Germán le imprimiera un trabajo en una de las prensas del Tec. Terminado el encargo, aquél empresario tomó el bulto de hojas como si fuera cualquier cosa “y todavía en el camino se le iban cayendo sin que le importara” dijo mi papá muy apenado, porque compartía el dolor de la falta de conocimiento de ciertas personas sobre el arte de la impresión.

Conservo un plaquette que me regaló un amigo albañil que trabajó en la casa de la maestra Blanca San Martín, que a la vez le fue obsequiado, con el título “5 de septiembre” una obra de teatro en tres actos de Germán López Trujillo, en la portada un grabado en madera del joven Germán López San Martín a dos tintas, el librillo está impreso toda en la técnica de impresión de relieve, de tipos móviles, técnica que mi padre dominó con maestría.

Al maestro Germán lo conocí personalmente el Tecnológico del Istmo, me paraba en la ventana para oír su voz grave y pausada dar sus clases de “Dinámica Psicosocial”. Después solía ir a su casa a entrevistarlo sobre cualquier tema. De nuestro acercamiento me regaló dos de sus libros. “Escribir por escribir” es parte de la aguda memoria del niño, estudiante, maestro, bohemio, amigo de Germán López San Martín.

Presté el libro a un amigo que tenía que hacer un proyecto sobre un edificio emblemático junto con otros libros que abordan la historia local, unas semanas después le dije si ya los había leído, me dijo que no los terminaba de leer, han pasado meses y creo que ya se los quedó o es el día que no acaba de leerlos. Afortunadamente encontré otro ejemplar de Escribir por Escribir.

La primera imagen que me llega de ese libro es al Germán maestro, joven de 1976, que trabaja frenéticamente. Daba clases en la escuela vespertina México, por las noches trabajaba en la secundaria nocturna Revolución, era el encargado del semanario El Heraldo del Istmo de Edilberto Aragón y hacía un interinato en la escuela Daniel C. Pineda. Por supuesto llegaba tarde a sus clases en la mañana, recordaba en el libro que los maestros metían a sus grupos pero no entraban a sus salones hasta que él llegara, el profesor Rosalino Torres rubricaba la acción burlona con su saludo: “buenas nocha”. Así recordaba de forma alegre, entre risas, su anécdota con el legendario “maestro Cha”.

De su gran memoria nos ilustra sobre lo que hoy es la Casa de la Cultura cuando fue Escuela Técnica Industrial número 34, antes de trasladarse a las instalaciones del ITI. Está registrada na Lupe Cervantes y su caseta, además de su hija María Luisa “Nena”, sus compañero de generación en donde sobresalen Cecilio de la Cruz, Mario Bustillo Cacho, Víctor de la Cruz, Héctor Sánchez López. Una generación 66-64 envuelta en la música de los Beattles tocada en un disco de acetato de 44 o 33 revoluciones, con el deseo frustrado de dejarse crecer el pelo como el cuarteto de Liberpool.

Son entrañables las anécdotas de los amigos de farra, en la que desfilan los personajes, bares y cantinas y en específico los avatares de sus dos amigo José Regalado Ruiz “Chepo” y Ángel Toledo Pérez “Angelito”. De esa serie de anécdotas de los dos amigos me quedo con la que contó el último sobre otro personaje de Cheguigo: Ta Fili muxe’, personaje que prosperó en Minatitlán y que llegué a ver de niños en sus mejores galas con todas sus monedas de oro colgadas en sus guayaberas, un hombre robusto, de blanca piel y blanco pelo, que regalaba jejeis en las tardes de fiesta en las calles de Cheguigo. Al final de su vida Ta Fili tuvo que huir de la ciudad petrolera por una amenaza de muerte, fue a quedar primero en Ixtaltepec con una amiga que le prometió pasar sus últimos años con él, pero la ingrata se le adelantó muy temprano y ta Fili tuvo que pasar de casa en casa de familiares y parientes hasta que finalmente murió en Gubiña.

De su juventud son entrañables el grupo de amigos bautizados como los “bazendu” y su lugar de reunión la fuente de sodas “La Fuente” que estuvo junto a la casa de huéspedes Echazarreta, frente al parque central sobre avenida Juárez en los primeros años de los 70. Distingo de ese grupo de amigos a Fernando Rueda “El Pupil”, Ricardo Ruiz “El Chacal”, José Alfredo Flores “Chichi Pota”, Nelson Flores “el Color”, Miguel Hernández “el Mágal”.

De esas tardeadas de los Bazendu destaca una anécdota sobre el personaje Rafael Falo Has, bailando “In a gadda da Vida” de  los Iron Butterfly. En el camión de su memoria como “El fantasma” pasan, 3B, Pancho Cotorra y su cantina, los relatos de Jeremías Mendoza Orozco, la hermosa Virginia Poodo disputada por el general Charis y Germán López Trujillo.

De su oficio de escritor rescato éste libro, escribió más, las que logró editar y las que seguramente están inéditas. Ojalá puedan salir a la luz un día para seguir admirando el oro de su memoria.

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