Cultura

DIONISIO HERNÁNDEZ RAMOS: EL POETA EN UN LIBRO Y SU CONDICIÓN DE SER

*Texto leído en el homenaje que le rindieron los ayuntamientos de Zanatepec y Juchitán en el marco de los aniversarios de nacimiento y luctuoso del poeta gulucheño

 

Por Manuel Matus Manzo

 

Hay dos momentos que me llaman la atención del poeta Dionisio: uno es que lo imagino vivir en un libro, en una biblioteca, eso lo destaqué en Zanatepec, su tierra; pero ahora quiero destacar lo segundo: su condición de poeta. Dije que Zanatepec tiene un poeta en él, ahí donde se cumple su sueño

Dionisio vivió en varios lugares, en Reforma de Pineda, en Salina Cruz, en Oaxaca, y en Juchitán, pero parecía andar en todas partes. Su adopción en Juchitán fue lo más simbólico y característico. Tenía que ser aquí como refugio, con una idea de la cultura y la libertad, sin que por ello se hiciera o imitara costumbres o manera de ser. Juchitán le dio cabida, pero nunca se convirtió, ni quiso ser juchiteco ni lo imitó, fue siempre él mismo, el zanate Gululush. De entre muchos, Dionisio sería el más poeta de vida y en estilo, esa huerfanía de tejón andasolo le confiere una actitud de vida poética.

Decía el poeta Bukowsky, si vas a escribir y “Si no te sale a borbotones//a pesar de todo//ni lo intentes”; me parece que Dionisio sí lo intentó. A Dionisio lo admiramos porque mantuvo una consecuencia y firmeza de vida. Poesía y vida son maneras de ser muy de él. Porque a la distancia parece un espejo donde puede uno hacerse interrogaciones. Una consistencia de pensar y escribir. Un rechazo a la religión, o indiferencia a la política, al dinero. Para eso se requiere ser muy personaje, con la consistencia de ser: vivir poéticamente, eso da un cierto escalofrío. Mejor no lo intentes.

Dionisio tuvo su elección, una poesía del vivir, de negarse, la elección de nada; de no al trabajo, un príncipe poeta que se niega a lo desgastante. Un personaje como aquel Barleby, de Melville de “preferiría no hacerlo”, ante cualquier opción. Dionisio se presenta como una crítica existencial. No una bondad, no una felicidad, no un don; sino una crítica entre el silencio y el rechazo, lo dionísticamente.

Fue un poeta constante y consecuente; decidió vivir pobre, buscó patrocinio, buscó mecenas que le publicaran sus libros y vivir de ellos; y todo su corazón y su intelecto estaba fijado en su tierra. Las leyendas, los héroes míticos de Zanatepec los conocimos por él, verdadera tradición oral, memoria oral de la comunidad que Dionisio supo levantar y dejar testimonio escrito.

No hay un poeta zoque, o una tradición escrita, Dionisio llena ese vacío. Escribió las memorias, su conversación versaba sobre ello, y se disfrutaba enteramente. El mismo texto que da título al libro El sueño de la Batanda, comienza así: “La Batanda fue un guerrero del rey Gululush/que antes de quedarse pájaro/se enamoró de una princesa huave”, y nos da luz sobre este recorrido de su poética, ya una alabanza vigorosa.

A Dionisio le llamamos de muchas maneras: El Zanate de Oro, el Rey Gululush, el poeta Gululush, el Poeta Sandillísta. Se negó al trabajo físico, no al intelectual y a la creación, tenía razón y asumió las consecuencias. Tenía en ello una protesta contra la pobreza y la injusticia, la economía; una inconformidad por la política y la misma cultura de los grandes privilegios. Dionisio fue poeta sin puntos ni comas, igual que su vida, de espacios y silencios. Y sostenía que en ello estaba su estilo y originalidad.

El poeta Batanda nació en Zanatepec el 28 de julio de 1947. Su padre fue Dionisio Hernández Álvarez y su madre Ernestina Ramos Figueroa. Perteneció a la generación de los cuarenta, con Macario Matus y Víctor de la Cruz, poetas de Juchitán, y Nicolás Colín, de Salina Cruz. Falleció el 1 de agosto de 2017, es decir no le tocó el terremoto de aquel septiembre, ni la pandemia.

¿Qué tiene su poesía que se hace valiosa? Expresa la esencia de su lugar de origen, lo escribe en forma de versos, no son cuentos, pero va contando en tiempos y espacios, incluso sin detenerse en ortografías de puntos y comas. No es poesía folklórica ni grandilocuente, son saberes y voces de los viejos, dice él. Por eso dicen que el poeta habla en nombre de la tribu, del pueblo; y no porque sea nombrado, sino porque construye una presencia con sacrificios y disciplinas; al zanate nadie lo nombró ser pájaro. Hay dos libros suyos que en especial hablan de esto: El sueño de la Batanda, aunque luego le agregó: El sueño de la Batanda y otras historias zoque, el otro es El niño que come luna. Hay en casi todo, un habla común, es decir, la tradición oral del origen, una búsqueda poética en el tiempo. Se trasluce limpieza y pulcritud de la voz, dice lo que quiere decir.

En otros libros como Silencio en penumbra y Soledad en sitio, sus temas son variados: el amor, los sueños, la muerte, el silencio, la soledad, y lo cotidiano. Dionisio comenzó a escribir a fines de los sesenta, porque su primera publicación es de 1972: Las variantes de mi voz. Siguió publicando en revistas y antologías literarias, locales y del extranjero. En 1994 publica El sueño de la Batanda, y con ello Dionisio nos muestra un estilo, incluso una teoría: hay que decir la palabra perdida, recuperarla; con ello su producción se valora, asiste a encuentros, lecturas, colabora en la revista Guchachi’Reza. Fue una temporada que estuvo en Oaxaca. Se trasladó a Juchitán y se convirtió en personaje de la cultura. Un reyecito sin corona, un duende zoque, leyendo y escribiendo. Un buscador de refugio para él y su poesía. Su poesía fue su único medio de supervivencia, su modo de vida. Uno de esos seres de otro mundo, fuera de su lugar, una especie de ser callejero, sin patria o cualquier lugar, más bien etéreo: tal vez enteramente un príncipe de los zanates.

Su embriaguez era eterna, esa embriaguez poética que sólo a algunos toca vivir, de un sueño del pasado, de un reino imposible. De Dionisio me viene hacer una múltiple interrogación: ¿para qué sirve la poesía, el poeta, una biblioteca, tener libros, la lectura y el leer; para qué la lluvia si no la hacemos nosotros; el mar, el río, los cerros, los pájaros, el alma, para qué la muerte, el escribir; para qué el zanate, o platicar, quedarse en silencio?

Si hay un lector zoque ese es Dionisio, si hay un lector gulucheño, ese es Dionisio, si hay un zanate escritor, ese es Dionisio, un zanate de oro que nos reúne y entrega los granos de maíz, letra por letra su voz, sus versos; nos grita entre cerros. Con sus versos continúan los mitos, las leyendas, las historias con sus héroes y dioses del mundo Gululush.

El poeta Víctor de la Cruz hizo una comparación al colocar a Dionisio  “Al lado de Miguel Ángel Asturias y sus Leyendas de Guatemala, de Andrés Henestrosa y su Los hombres que dispersó la danza, de Antonio Mediz Bolio y su La tierra del faisán y del venado, de Gabriel López Chiñas y su Vinnigula’sa’”, nada menos. En esta dimensión nuestro poeta.

Hay una antigua y milenaria creencia nuestra, desde la primera cultura: los olmecas, luego los mayas, los zoques, los zapotecos, etc, que dice que las almas de las personas al morir se ocultan en los troncos de los grandes árboles y ahí mantienen su sueño. También lo creen los celtas y los nórdicos. Sólo los seres como Dionisio tienen el don de vivir entre libros, porque son los creadores de nuestra cultura escrita; cada lector ha de invocarlo ahora. “San Dionisio Poeta, San Dionisio Zanate, dame valor para leer, préstame unos granos de versos y préstame tus alas para volar, dame del sueño de tus sueños para leer; tú que puedes, hazte guardián de nuestros libros”. Estaría totalmente encantado vivir en la biblioteca de su pueblo, como lo hizo en la de Juchitán, hoy la Gabriel López Chiñas; por extensión, en todas las bibliotecas de Oaxaca, en todos los libros como un binniguenda, un duendecillo travieso que haga lectores.

Al no haber vivido en el pueblo, y el pueblo no conocerlo, tiene algo de magia, algo de misterio; no indispensable para el resto de la vida; algo oculto había en esto. Simplemente era poeta, un escritor que no se creyó necesario a las miradas. Si alguien nos preguntara esta tarde: ¿Existió realmente el poeta Dionisio Hernández Ramos? Al saber, tú, se diría. Dicen que fue el Zanate que nos trajo el maíz de la Lectura.

Hay una curiosa coincidencia en su nombre con el dios griego creador de los vinos y dios de las cosechas: Dionisius, al lado de Sileno y las bacantes, armaban las fiestas primaverales, bacanales, plenas de libertades y de embriaguez absoluta.

Ayer le conté algo de esto al poeta Víctor García desde Puebla, y me dijo: “Me da gusto el homenaje al Dionisio Zanate, que sus letras permanezcan y que el río siga interpretando su melodía. Que Dionisio nos siga ofrendando su verbo líquido”.

 

 

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