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Cesar Martínez, jeroglíficos del paraíso

No existen vestigios de códices zapotecos de antes de la conquista, los antropólogos para ubicar a la dinastía de los antiguos gobernantes de Zaachila por ejemplo, tienen que acudir a los códices mixtecos, ahí aparecen casados en alianza con la realeza mixteca. Casi nada de las representaciones del pasado precolombino queda, salvo en la cerámica policroma que alabó el poeta Macario Matus.

Nada queda ya de esa antigua forma colorida de representar las ideas de nuestros antepasados. Acaso nuestros actuales tlacuilos sean nuestros pintores. Uno de ellos pinta sus lienzos como si fueran jeroglíficos de un antiguo mundo que se revela bajo sus pinceles. Los cuadros de César Martínez parecen fragmentos de los sarcófagos de reyes que disfrutan de un paraíso de pájaros, de ramas sagradas, de hongos de la alucinación, de infinitos caminos que se bifurcan. Sus murales son semejantes a tumbas faraónicas en donde se representa una segunda vida.

Su obra no copia, ni se inspira, en las de nuestras antiguas pinturas, como otros pintores indigenistas. Si había de relacionarse con alguna cultura antigua sería las representaciones del inframundo del arte egipcio, cuando los dioses se regocijan en sus paraísos, o cuando los faraones van de caza sobre barcas en medio de un selva, atiborrada de una fauna salvaje.

Sus obras pintadas sobre madera son puertas que advierten que detrás de ellas se va a entrar a otro mundo, a otra dimensión, y sobre sus relieves hay un resumen de las mieles y luces eternas que se verán pasado el umbral, advierte al viajero en una escritura que revela sus propios caracteres, representaciones multicolores, pictogramas de su íntimo mundo, tan interiorizadas que hasta sean acaso nuestras antiguas representaciones que emergen nuevamente  en sus manos, reveladas a su espíritu tranquilo, de carácter suave, cualidades que preferían los antiguos sacerdotes zapotecos para escoger a sus novicios e introducirlos en las palabras secretas, pero en el caso de nuestro amanuense, en las imágenes sagradas, delicadas, suaves.

Alberto Ruy Sánchez en su zaga “Los jardines secretos de Mogador” busca jardines, mundos maravillosos que encanten y entretengan a la bella Jassiba, jardines ocultos, clandestinos, dignos de ser contados, sólo así la bella amante permitirá que el narrador pueda tener su cuerpo y así «renovar el desafío amoroso de escuchar y descifrar el mapa de los deseos». La obra de César Martínez encantaría a la misma Jassiba. Cada una de sus creaciones son cartografías de jardines oníricos que en nosotros desaparecen apenas se despierta. En cada trabajo César Martínez recoge el reto de la habitante de Mogador y ofrece horizontes íntimos y soñados empeñados en provocar «esa forma de embriaguez que ofrecen los laberintos al enfrentarnos a lo indeterminado, al hacer de cada paso la puerta hacia una posible aventura».

Gerardo Valdivieso Parada

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