CulturaRegiónSeccion del editor

Yan el cargador

Gerardo Valdivieso Parada

“Yan” así fue conocido, nunca escuché su nombre de pila, tuvo en vida, hasta donde sus fuerzas se lo permitieron, el sencillo oficio de cargador. Con su carretilla de madera trasladó los productos de sus paisanas de Cheguigo al mercado: en su rudimentario vehículo se acumulaban guaraches con su penetrante olor a pegamento, otras veces panes, carne de res y cerdo. De regreso del mercado al barrio además de las bandejas vacías, trasladaba flores, bolsas de mandado con tortillas, frutas, dulces, todo lo que las comerciantes adquirían por el trueque. Yan trascendió de su oficio y durante su vida regaló a los que lo conocimos instantes anecdóticos debido a su físico, su hablar, sus ocurrencias y sus borracheras.

No fue un cargador común, la primera sorpresa que daba Yan, era que sabía leer y escribir. Era inusual para muchos porque en su oficio esta cualidad no es necesaria y porque, como la mayoría de los paisanos de su tiempo, no hablaba el español y cuando tenía que acudir a ella el resultado era un lenguaje híbrido más zapoteco que castellano.

En una ocasión en que nuestro carretillero tuvo que arriesgarse a salir del lenguaje materno, fue cerca de veinte años atrás cuando se hacían uno de los primeros trabajos de remodelación del puente peatonal Saul Martínez, el lugar por donde los carretilleros diariamente cruzan todavía con sus cargas. Cuando ya estaban empezando los trabajos y que se contemplaba construir escalones en uno de los accesos planos del puente, el gremio se alarmó al obstruirse su paso obligatorio.

Como ninguno sabía masticar ni medianamente el español le comentaron a Yan, que al pasar por el lugar reconoció al encargado de la obra, hijo de una familia para la que su esposa y él habían trabajado en su mocedad. Yan se quitó la gorra, enjugó la frente con su pañuelo y dirigiéndose al joven jefe le dijo con voz decidida: “señor ingeniero, yo fui tu criada”. El joven se echó a reír y atrajo a Yan hacia sí en un abrazo, y luego de interpretar lo que trataba de decir, en ese doloroso trance que es para los habituados a la lengua de nuestros ancestros hablar la lengua nacional, ordenó a sus trabajadores dejar a un lado de las escaleras un camino liso para el acceso de las carretillas.

A Yan se le atribuye también haber inaugurado la frase: “Quiobo para cheu” palabras que rematan a una frase genial o un argumento para la cual no hay réplica, que él pronunciaba como saludo.

No lo identificó tanto la carretilla como sus borracheras, en las que no paraba de gritar frases en la que él mismo se insultaba, y a veces incluía a su pobre esposa. Su cuerpo enjuto y pequeño daba bandazos por las calles, siempre gritando se dirigía a su hogar, en uno de los callejones cercanos a mi casa había una enorme Ceiba que, si de por si el callejón era poco iluminado, bajo aquel árbol tramaba la noche la más profunda oscuridad. La Ceiba, árbol mítico de los zapotecos, la que la iglesia despojó a lo largo de quinientos años de todo respeto pues ha hecho creer que junto a ella anida el demonio, se erguía en medio del angosto callejón. Ante la proximidad del lugar y al no tener mas remedio que cruzarlo, Yan cambiaba sus insultos por vivas, apresuraba el paso y como para exorcizar aquel lugar, gritaba a todo pulmón: ¡Viva la Santa Cruz del Cielo!, ¡Viva padre San Vicente!, ¡Viva María Santísima!

 

Publicaciones relacionadas

Your reaction

NICE
SAD
FUNNY
OMG
WTF
WOW
Botón volver arriba