Cultura

Xilase de Toledo por Juchitán

Gerardo Valdivieso Parada

 

Juchitán, Oax.- Después del terremoto de 2017 la arquitecta juchiteca Sofía Musalem recibió una llamada telefónica de su paisano el pintor Francisco Toledo, que llorando le informó devastado que la Casa de la Cultura de Juchitán estaba destruida y que quería su ayuda para levantarla de nuevo por lo que le pidió algunos documentos del proyecto inicial.

Yolanda López Gómez que fuera trabajadora y encargada de la Casa de la Cultura, confió que el artista más grande de Juchitán se emocionaba de tal forma cuando se acordaba de su pueblo que llegaba a derramar lágrimas de nostalgia, lo que los juchitecos llaman “xilase” pues se alejó a principios de los 80 y jamás volvió.

El artista plástico Víctor Cha’ca’ que convivió con el maestro Toledo, reveló que en sus encuentros, generalmente en el Centro de Artes y Oficios de San Agustín Etla, población en donde el escultor de Cheguigo radica actualmente, sólo quería escuchar noticias de Juchitán y estar al tanto de las novedades de su pueblo.

El personaje más querido y respetado de Oaxaca murió un 5 de septiembre de 2019, aunque nació en la ciudad de México y gran parte de su niñez y juventud vivió fuera de Juchitán, siempre se consideró juchiteco y en los 70 regresó a sus raíces.

Regresó a través del lazo familiar más cercano: su tía Guadalupe “na Lupe pan”, que vivía en el centro sobre la avenida Hidalgo, cuenta Yolanda López Gómez, que también estaba emparentada con la familia, que era la tía que más mimaba al pintor desde niño y ya siendo un artista reconocido cuando llegaba a Juchitán lo consentía con la comida que le gustaba.

La restauradora Sofía Musalem recuerda que conoció a Toledo en un restaurante de la Ciudad de México por recomendación del Secretario de Educación Pública, el oaxaqueño Víctor Bravo Ahuja, y que desde un principio su principal preocupación era la preservación y exposición de las piezas prehispánicas que había coleccionado.

Cuando se inauguró la Casa de la Cultura de Juchitán por su insistencia se contó con una sala de arqueología que albergó piezas encontradas en las inmediaciones de los centros arqueológicos de la región aportadas por coleccionistas juchitecos y que fue uno de los espacios más visitados con piezas valiosas de varias culturas mesoamericanas.

Después del terremoto, cuenta el artista plástico Michael Pineda, que fue tal la cantidad de piezas que llegó a coleccionar y que le entregaron al artista, que en los trabajos de rehabilitación del inmueble se encontraron una gran cantidad de piezas prehispánicas que se habían resguardado arriba del baño.

Desde su remodelación el artista estuvo al tanto del proyecto de la Casa de la Cultura, los trabajadores de la obra como César Villalobos, que luego se convirtió trabajador del espacio por recomendación de Toledo, contó que el artista se quedaba a dormir en la obra en cualquier espacio en donde pudiera descansar.

Junto con su pareja de aquella época, la escritora Elisa Ramírez, conformaron un patronato para financiar la institución y crearon espacios al parecer pequeños pero tan importantes y trascendentales como una bien equipada Sala Infantil con una gran cantidad de libros, comics y juegos que formó toda una generación de escritores que se aficionaron a ese espacio como Irma Pineda, Luis Hernández Amador entre otros.

Víctor Cha’ca’ relató que el artista plástico que ya había viajado a París quería que la Casa de la Cultura contara con la obra de los artistas más importantes y aunque era una  población de provincia quiso que los eventos fueran promocionados y realizados con todo lo mejor, desde el cartel hasta las invitaciones que se mandaban a hacer con el mejor diseñador y la mejor imprenta de Oaxaca o la Ciudad de México.

El poeta Jorge Magariño escribió que a expensas de Toledo llegaron a Juchitán exposiciones de los más grandes artistas del país y del mundo de lugares tan lejanos en el tiempo y la distancia como el grabador japonés Kitagawa UItamaru.

Su otro gran aporte fue la de entregar a su pueblo para que lo disfrutara, su colección personal de obras de arte con obras de grandes artistas de la talla de Pablo Picasso y grandes artistas mexicanos, el pintor Víctor Chaca recuerda que en la sala de Arte Contemporáneo de la institución juchiteca admiró por primera una obra de Vicente Rojo. La colección se retiró por no contar con la suficiente seguridad. Años después la Secretaría de Hacienda dio en comodato a la institución su obra “La Casa de los Frijoles” que fue robada después.

Su afán por traer lo más granado del arte de su tiempo, además de invitar a sus amigos a visitar y exponer su obra en Juchitán creó y formó una generación de pintores de la talla de Jesús Urbieta, Víctor Chaca, Francisco López Monetrrosa, Soid Pastrana, Sabino López, que aprovecharon los talleres totalmente gratuitos. De su propósito de formar nuevos valores trajo la primera prensa con la que inició el Taller de Artes Gráficas de la Casa de la Cultura.

Cuando caminaba por las calles polvorosas de la Séptima Sección encontró al músico de flauta Isidro Regalado “Sidru Pitu”, a quién siguió a hasta su casa y se volvió su gran amigo, maravillado por la música autóctona de la flauta y el tambor y de la versatilidad del músico juchiteco, lo llevó a dar un concierto en el museo de la Bellas Artes, recordó el acompañante del tambor e hijo del músico Mateo Regalado.

De su propósito de conservar la música tradicional la casa de la Cultura tuvo por décadas un taller de flauta y tambor, en donde varias generaciones aprendieron a tocar los instrumentos y ejecutar la música del repertorio de los sones tradicionales que se tocaban en las ceremonias de semana santa y labradas de cera. Muchos músicos profesionales iniciaron en aquellos talleres.

Su estadía en Juchitán coincidió con el movimiento popular de la COCEI en la que se involucró apasionadamente, por lo que trajo a grandes intelectuales para que vieran de cerca la represión política del estado hacia sus líderes y la lucha popular, tales como Carlos Monsivais, Fernando Benítez, Oscar Oliva entre otros, que dieron a conocer a nivel nacional a la COCEI.

La fotógrafa Graciela Iturbide cuenta que fue Francisco Toledo fue el que le insistió que viniera a Juchitán, que de esa estancia captó las imágenes no sólo del movimiento político sino del Juchitán rural, sus ceremonias y sus mujeres como la foto que la une a Juchitán para siempre y la hizo famosa: Nuestra Señora de las Iguanas. Otros fotógrafos también vinieron captar la luz de la ciudad por el imán de Toledo como Heriberto Rodríguez, Rogelio Cuellar, Héctor García entre otros.

Toledo narró, luego del fallecimiento de su amigo el historiador y poeta Víctor de la Cruz, que éste lo abordó afuera de la casa de su tía Lupe Pan, para contarle de su proyecto de divulgación de la cultura e historia de los zapotecos y que de ahí surgió la legendaria revista Guachachi Reza-Iguana Rajada, que inició como suplemento cultura del periódico local “Satélite” que contó con un escrito de Toledo sobre la iguana y que después se imprimiera como una revista independiente y se convirtiera en un  referente por su valioso contenido de literatura e historia de los zapotecos.

De su labor editorial fundó ediciones Toledo que imprimió infinidad de publicaciones desde folletines biográficos de los personajes históricos de Juchitán hasta libros inimaginables como “Una vieja historia de la mierda” a cargo del prestigiado antropólogo Alfredo López Austín, además de rescatar en un libro el archivo fotográfico de Sotero Constantino Jiménez con viejas fotos de mujeres y hombres que acudieron al estudio fotógrafo juchiteco que contó con el prólogo de Carlos Monsivais.

En sus últimos años luego de conocer el trabajo del lingüista Víctor Cata y Natalia Toledo por preservar la lengua zapoteca a través de talleres de lecto-escritura a niños que denominaron “El camino de las Iguanas”, el pintor apoyó entusiastamente el proyecto con la impresión de publicaciones didácticas.

Lo que inició con el rescate del zapoteco del Istmo a través de publicaciones didácticas y traducciones de grandes pensadores al idioma de los binnizá como las fábulas de Esopo, trascendió a otras lenguas indígenas del estado en donde se aplicó la misma estrategia de rescate.

Como parte de esta preocupación por las lenguas indígenas erigió los Premios CaSa en poesía que inició convocando a los escritores en zapoteco pasar otras y a varias disciplinas de la literatura, como el cuento, cuento para niños y canciones, un aporte que todavía sigue vigente.

Unas horas después del terremoto que asoló los pueblos del Istmo, el pintor le marcó a su hija la poeta Natalia Toledo. Quería que le ayudara a idear las mejores maneras para ayudar a sus paisanos a levantarse del golpe del sismo, de su preocupación creó las cocinas comunitarias que alimentaron a los juchitecos que perdieron sus casas y se mantenían en la calle a lo largo de un año, mucho más tiempo que las instituciones oficiales que llegaron a ayudar.

Una segunda etapa de su ayuda a través de los apoyos recibidos de los centros culturales  que fundó como el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), ayudó a reconstruir las casas de sus paisanos con materiales de la región y respetando la arquitectura local, un proyecto que aún sigue adelante, cuando todavía hay personas que siguen esperando la ayuda oficial para reconstruir sus casas.

En sus últimos días mientras lo consumía el cáncer siguió preocupado y ocupado de Juchitán, además de los proyectos culturales, seguía al tanto de la reconstrucción, en lo último que se ocupó fue de la rehabilitación del Taller de Artes Gráficas comunicándose con el entonces encargado, el pintor Miguel Ángel Charis, estuvo al tanto hasta del detalle de los pisos en las que quiso dejar su huella.

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