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Tiempo y silencio

Se dice que todo tiempo pasado fue mejor, aunque el pensamiento moderno occidental es contrario a esta premisa. Desde San Agustín se piensa que el tiempo es lineal, que desde la llegada de el salvador inicia el tiempo mejor, mientras más avanza el tiempo mejora la técnica, los derechos humanos, la medicina, y sobre todo la tecnología que nos ahorra tiempo y nos hace las cosas más fáciles, siempre se mira con desprecio el pasado y se avizora un futuro de nuevos avances.
Las culturas antiguas que nos enseñaron a despreciar desde el aula, gracias a lo poco que se salvó de lo que destruyeron los españoles, hoy sabemos que la filosofía y la teología de los antiguos concibieron la existencia como un eterno retorno, el mundo nahua llamó a estos estadios: soles, que se destruían y se renovaban en eternos ciclos por los dioses. Otro de los pensamientos que niega el tiempo y la historia es el budismo para quienes el tiempo es una ilusión.
No siempre lo nuevo y lo moderno ha sido bueno, en el caso de mis vecinos hacedores de ruedas de carretas: el descubrimiento de las motosierras fue fatal para nosotros sus vecinos por el estruendo terrible de estas máquinas que les aligeraban y hacían más rápido su trabajo pero nos destruían los nervios. Curiosamente tuvieron la ayuda de la modernidad cuando ya nadie manda hacer carretas, que en el pasado sólo necesitaban el esfuerzo de sus manos para hacer las carretas talladas de la madera tropical del árbol del tepehuaje.
La carreta y el campesino es una de las figuras más acudidas por Jesús Castillo en su obra y se ha convertido en su ícono, como la mano silla es de Pedro Fiedeberg o Martha Chapa con la manzana. El regreso recurrente de Jesús Castillo a su niñez a través de la carreta niega el tiempo, niega la modernidad en que estamos inmersos, en donde queremos llegar y terminar lo más rápido posible aunque ello implique destruir nuestro entorno y llenarlo de contaminación y ruido. La figura ideal de nuestra prisa por llegar es el mototaxi: un cómodo y acudido transporte que contribuye al horrible tráfico de la ciudad, y de la violencia cuando es el vehículo ideal para los que se dedican al robo y el asalto. La carreta, el lento vehículo de siglos, que pareciera ya sólo sirve para desfilar delante de los convites de flores, que de niños ya queríamos que pasaran, que se acabara la larga fila de ruedas sobre el pavimento, de aburridos bueyes con corbatas de papeles, del olor del sauce -el casi ámbar casi luz de Tabalada-, para por fín llegar a la oleada de regalos de las capitanas y capitanes en caballo o carro alegórico.
A los que no tuvimos abuelos ni padres campesinos como Chabuca Granda que tuvo a su abuelo José Antonio, nuestros vecinos nos ofrecían la ocasión de jugar en la carreta abandonada en medio del patio, en las tardes, terminada la jornada, con los bueyes comiendo las hojas del maíz.
Jesús Castillo se asemeja al monje que talla figuras del buda como método de meditación, aunque con el tiempo a fuerza de pintar al óleo, horadar en madera o linóleo y sobre todo en la técnica de la acuarela ha llegado a perfeccionar esta escena de nuestra niñez, cuando asaltábamos las carretas para abordarlas y sentir el trastabillar de sus viejas tablas mientras sus ruedas con aros metálicos dejaban dos surcos en la tierra, a fuerza de persistencia y talento sus pinturas ya despuntan brillos que deslumbran el avance de este joven pintor en el arte.

Gerardo Valdivieso Parada, Juchitán, Oaxaca, 8 de diciembre de 2021.

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